9 mar 2013

EN PRESENCIA DEL NUNCIO APOSTÓLICO MONSEÑOR TSCHERRIG. Monseñor Héctor Aguer ordena obispo auxiliar de La Plata al agustino Alberto Bochatey

Sábado 9 de marzo de 2013.



REDACCIÓN VenL. A las 10.30 de la mañana comenzó en la imponente catedral platense la ceremonia de ordenación del obispo auxiliar electo de La Plata Alberto Bochatey, OSA, presidida por el arzobispo consagrante y ordinario de La Plata Héctor Aguer. En la homilía, Aguer explicó cuál es la misión del obispo desde el prisma de la fe: sucesor de los Apóstoles y custodio del depósito de la fe; y concluyó aclarando el sentido de los signos de la consagración episcopal y aludiendo brevemente a la teología de San Agustín sobre el episcopado. Al finalizar la ceremonia, Monseñor Bochatey realizó un sentido y detallado agradecimiento, e hizo una genérica declaración de intenciones al pedir a Dios el don del espíritu de servicio y el alejamiento de la tentación de ver el ministerio desde la óptica de la dignidad mundana.



Homilía del Arzobispo Héctor Aguer en la ordenación episcopal de Alberto Bochatey

Muy estimado Señor Nuncio, le agradezco especialmente sus bellas palabras. Queridos hermanos en el episcopado, saludo cordialmente también a ustedes sacerdotes, religiosos, religiosas, un saludo especial al fraternalísimo Padre General de la Orden de San Agustín y gracias a todos ustedes queridos hermanos y hermanas que están presentes hoy.

La celebración que hoy nos congrega, manifiesta de un modo profundo y elocuente el misterio de la Iglesia y el cuidado providencial que el Señor ejerce sobre ella a través de los tiempos. Ustedes serán testigos de la acción sacramental por la que se transmiten los poderes apostólicos para cumplir el servicio de apacentar, pastorear el rebaño de Cristo, es decir, para alimentarlo, guiarlo y protegerlo. En el momento culminante de ese rito y después de imponer las manos en la cabeza del elegido, los obispos presentes pronunciaremos una epíclesis, una invocación dirigida a Dios Padre, pidiéndole que infunda la fuerza que de Él procede en el que ha sido elegido, es decir el Espíritu que descendió y reposó sobre Jesús para el ejercicio de su misión mesiánica y que el mismo Jesús comunicó a los Santos Apóstoles.


Por este gesto eficaz nuestro hermano Alberto será integrado en la sucesión apostólica. El Concilio Vaticano II resume la tradición eclesial cuando enseña que los doce instituidos por Jesús para implantar la Iglesia en todo el mundo, dejaron a modo de testamento a sus colaboradores inmediatos el encargo de acabar y consolidar la obra comenzada por ellos, es decir, se cuidaron de establecer sucesores.

Si el retorno glorioso de Cristo se hubiera producido en vida de los apóstoles, no se hubiera planteado la necesidad de la sucesión. De hecho, desde el siglo segundo, los obispos como cabezas visibles de una comunidad y presidiendo un colegio de presbíteros son reconocidos como sucesores de los apóstoles. El episcopado de cada obispo es legítimo porque está en continuidad, a través de sus predecesores, con el apostolado que puede llamarse tal en sentido estricto, el de los doce apóstoles. Existe pues una cadena ininterrumpida de envíos y consagraciones que revisten a los obispos de hoy con los apóstoles y a través de ellos con Jesús. Esta vinculación histórica, horizontal podríamos decir, expresa en la continuidad del tiempo el hecho misterioso pero real y actualísimo del gobierno invisible de Cristo sobre la Iglesia y de la misión celestial que los mismos apóstoles, los doce, continúan ejerciendo por medio de los obispos. Esto, nosotros tenemos el encargo de cuidar la Iglesia, de conservarla tal como aquellos, los apóstoles la establecieron y de extenderla y edificarla incesantemente sobre esos mismos fundamentos.


El Vaticano II declaró que en la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento del orden, llamada en la práctica litúrgica de la Iglesia y en la enseñanza de los Santos Padres, Sumo Sacerdocio, cumbre del ministerio sagrado.

Alberto recibirá ahora esa serie insigne, un enriquecimiento espiritual que será en él una realidad nueva que lo habilitará para hacer presente las acciones mesiánicas de Jesús. Enseñar y santificar a sus hombres e inclusive personalmente a los fieles. Una realidad que se verifica por su incorporación al orden de los obispos, al cuerpo de sucesores de los apóstoles.


Este ministerio apostólico se transmite por medio de un sacramento, es decir, a través de mediaciones sensibles, materiales, según la voluntad de la encarnación. Es un sacramento en el sacramento de la Iglesia. Jesucristo, el Verbo encarnado, despliega su acción en la Iglesia. En su espíritu cobran, valiéndose de decisiones humanas y de disposiciones jurídicas, asumiendo las condiciones personales de los sujetos elegidos, contando incluso con sus limitaciones. Cristo humillado y glorificado ha decidido hacerse presente y operante por medio de nuestra pequeñez. Esta disposición sapientísima y desconcertante sólo puede ser comprendida en la fe. Lo que vamos a realizar ahora, queridos hermanos, es un hecho de fe, un misterio de fe. Se pueden hacer muchas consideraciones sociológicas, culturales, de análisis político sobre la Iglesia, sobre la inserción, sus estructuras institucionales, el personal eclesiástico; comprobamos abundantemente en estos días en que Roma es el centro de un extraordinario interés mundial. Pero sin la iluminación de la fe no se percibirá lo esencial. 

La exigencia de una continua purificación y renovación de la Iglesia, de cada uno de sus miembros en ella, es una consecuencia de su sacramentalidad. Para que la mayor transparencia de sus elementos visibles permita la luminosa manifestación de lo invisible. Por eso todos estamos llamados a la santidad.


Siguiendo con atención los gestos y palabras que componen el rito de la ordenación, se puede apreciar lentamente qué significa el misterio episcopal y qué cargas confiere. El interrogatorio al que se somete al elegido delante del ministro, la plegaria de consagración, la unción con el crisma, la entrega del evangelio y de las demás insignias lo expresan con elocuencia. 

¿Qué es lo que fundamentalmente define al obispo? Podemos verlo sintetizado en una frase que escuchamos en la primera lectura y que puede haber pasado inadvertida. Es la exhortación que San Pablo como testamento suyo dirige a Timoteo: “conserva lo que se te ha confiado”. Más literalmente se puede traducir: “conserva el precioso depósito”. Esta palabra “depósito” aparece varias veces en las cartas pastorales y equivale al mandato del Señor, a la confesión de la fe... 


Y el evangelio fue antes abierto, planeando sobre su cabeza en el momento solemne en que se pronuncia la oración consecratoria. El pecho noble, precioso depósito, es el tesoro de la fe cristiana. El conjunto de bienes que el depositario custodia y que no le pertenecen en propiedad, le son confiados y no puede disponer de ellos a su gusto. La justicia, el honor, la fidelidad le impone el deber de conservarlos y transmitirlos cuidadosamente como realidad sagrada y divina.


El mandato apostólico que se ha leído. El nombramiento de Monseñor Bochatey, que fue firmado por Benedicto XVI el 4 de diciembre pasado, contiene hacia el final una breve cita de San Agustín, tomada de un sermón suyo que es un elogio de la caridad, a la cual Agustín llama dulce... vínculo de las almas sin la cual el rico es pobre y con la cual el pobre es rico. En ese contexto cristiano se dice que la caridad nos hace sufridos en las adversidades, moderados en las prosperidades, fuertes ante la violencia de las pasiones, gozosos en el ejercicio de las buenas obras, seguros, generosos, pacientes. Quien tiene el corazón rebosante de amor a Dios y al prójimo comprende sin error la múltiple abundancia de las divinas escrituras y su elocuente doctrina. Esto vale para la caridad de todo cristiano pero singularmente para la caridad pastoral del obispo. Agustín que es el gran doctor de la caridad, predicó y escribió abundantemente sobre el tema y concibió su laborioso ministerio en el que no faltaron luchas y azares, como un ejercicio propio de la caridad. En una de sus obras reconoce como una confesión personal, que hace falta mucha caridad para sufrir las turbulentas angustias de los pleitos ajenos, que él tenía que servir y resolver; pero recuerda que es siervo de la Iglesia y siervo sobre todo de sus miembros más débiles. Y entonces concluye: “con todo, yo acepto ese trabajo y no sin el consuelo del Señor, la esperanza de la vida eterna y para dar fruto con mi paciencia”. Siervo de la Iglesia y especialmente de sus miembros más débiles, rasgo esencial y exquisito de la espiritualidad de nuestro hermano.


El evangelio que se ha proclamado hace unos minutos nos conmueve particularmente en estos días en que la cátedra de Pedro está vacante. Nos infiere también la adhesión de fe y un sentimiento de gratitud por lo que significa el ministerio petrino para la unidad y la integridad de la Iglesia. Pero conviene recordar al mismo tiempo que el de Pedro es fuente y paradigma de todo ministerio eclesial. Así parece de haberlo entendido el obispo de Hipona en su comentario al cuarto evangelio. En efecto, en el penúltimo en sus tratados estampó esta frase tantas veces citada que resume el sentido y la inspiración del ministerio: “sea oficio de amor apacentar el rebaño del Señor”. Oficio de amor. Como él mismo lo explica, por el amor de obedecer, de ayudar y de agradar a Dios.


Si la triple pregunta que Jesús dirigió a Pedro se nos dirige a nosotros, responderemos con temor y temblor que lo amamos, que tratamos de amarlo. Pero entonces, si es así, escuchemos su voz tal como Agustín la interpreta: “Si me amas no pienses en apacentarte a ti mismo sino a mis ovejas. Apaciéntalas como mías, no como si fueran tuyas; cumpla en ellas mi gloria, no la tuya; mi dominio, no el tuyo; mis intereses, no los tuyos”. “La fuerza del amor”, continúa diciendo, “supera toda molestia por grande que sea, por ejemplo las que implica luchar por la verdad y contra el pecado. En aquel que apacienta las ovejas de Cristo debe crecer de tal modo el fervor espiritual hacia Él, tanto que supere incluso el temor natural de la muerte”.


Querido Alberto, por tu formación agustiniana habrás meditado estas cosas quizá muchas veces. He querido recordártelas en este momento decisivo, que pueden adquirir para ti un significado nuevo y un carácter de interpelación y de íntima y dulce exigencia. Que ellas te sirvan de inspiración... en tu ministerio episcopal.

Bienvenido a esta Iglesia platense a la que deberás amar con intensa y efectiva caridad compartiendo mi carga pastoral. Tu nombre se suma al de una lista considerable de obispos auxiliares que trabajaron con desvelo en esta mies, entre ellos descuellan algunos nombres insignes como los de los futuros cardenales Copello, Primatesta y Pironio. Te recibimos con alegría, seguros de que la arquidiócesis se verá enriquecida con tus dotes de inteligencia y de corazón. Encomendamos a la protección maternal de la Inmaculada y a la intercesión de San Prusiano, nuestros patronos.

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1 comentario:

  1. A Dios gracias !!! esto me demuestra que hay algunos verdaderos sucesores de los apostoles en ARGENTINA ...había perdido las esperanzas y esto me devolvio un poquito la confianza.

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